JUAN MARCOS, SUMILLER

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In memoriam

Trabajando en la sala, para optimizar tiempos y procedimientos en los servicios, el sumiller siempre busca el trayecto más corto. Qué bien sabíamos eso, Juan; tú también lo hiciste siempre muy bien: no más que los últimos pasos los diste en lugar inesperado y en hora injusta, buscando el atardecer limpio de un día de otoño. Hora insólita para ti por la insospechada perfección de deseos satisfechos como es la hora de la sobremesa. Te has ido rodeado de gente, como siempre estuviste: no más que esa hora última sobrevino investida con la dulzura amarga de esta aventura, siempre fallida, que es la vida.  Y es que el sumiller siempre busca el trayecto más corto.

Limpia fue la tuya en su sencillez; y limpio hiciste tu trabajo de abnegado servicio para con los demás. Nada especial apeteciste, pero lo tuviste todo: el deleite de saborear buenos vinos, la armonía de quien vive en comunión dentro del difícil equilibrio interior entre la vida privada y la vida de servicio. Nada trascendente hiciste, pero fecunda fue tu vida; y tu vocación de servicio la regalaste con demasía. El mundo entero y toda la vida que regalabas te cupo en las manos. Uno lo alumbraste recomendando vinos deslumbrantes, y la otra la amasaste cada día con limpias manos, con actitudes y aptitudes coherentes en tu labor. Porque el sumiller siempre ha de buscar el trayecto más corto.

Y cada día amanecía en el restaurante con panes frescos y calientes, aromáticos de levaduras dulces multiplicadas; con vinos que susurran promesas de felicidad y hambre de más vida; panes y vinos cremosos y untuosos como el aceite que nutre y sana. Ahora la muerte se ha presentado amarga. Amarga como el tanino vegetal que coagula la saliva en la oquedad de mi boca, semblanza de la tuya y las de tantos compañeros y compañeras que dejan sus vidas en el abnegado trabajo de servir. Sabiendo que el sumiller siempre busca el trayecto más corto.

Barrunto que no fue dulce para ti esa hora en la querencia de tu cuerpo por partir a un viaje inesperado, sin proyectar. Dulce esa hora no fue. Infame y amarga la percibo ahora en boca, como el chocolate sabroso que amalgama la fibrosidad de mi lengua, mientras escucho con mis ojos la risa de los muertos que no dicen nada. Porque la muerte, como el sumiller, siempre busca el trayecto más corto.

Alelado, busco la razón del ansia de verticalidad en los árboles del Ebro que surcan el aire en busca de un infinito incierto, torpeza que se estrella en la infinidad de la luz azul. Quiero explicarme la razón de toda la belleza inútil que encierran las líneas rectas de los edificios de esta ciudad riojana de la que al final te has ido, desde las orillas mediterráneas de donde viniste; las mismas orillas por donde el sol continúa amaneciendo, siquiera para dar luz y vida a las vides de esta tierra de vinos. Desde allí y desde aquí ya siempre estaremos buscando la luz triste del atardecer. En la dulce compañía de sensaciones, vivencias y recuerdos compartidos. Hasta la hora de partir definitiva. Tenemos la misma edad y no es justo. Voy a comerme por ti compañero la vida que nos quede, a dentelladas, sorbiendo ricos vinos estructurados;  porque al final y a mi pesar tengo asumido que el sumiller siempre tendrá que andar buscando el trayecto más corto.    

                                          ALFREDO SELAS, Sumiller

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